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viernes, 24 de abril de 2015

La velocidad del hueso

no tener miedo a mostrar el hueso,
y perder la carne al pasar.
  •   Antonin Artaud


Ruinas y fantasmas, la piel es brisa.
El óxido es lo único que existe. Mapa hendido, surcado por la memoria,
por el resplandor infinito de la carne.

Bestias vertebradas de luz y oscuridad, animales invisibles.
Un cuerpo mineral, la carne invadida.
La adicción obedece al espejo. La avidez se abre paso
a través del cadáver. Terca, inyectada.
Cicatriz íntima que se precisa depredadora.
Recuerdo y sedimento donde la carne resucita.

Herrumbre y hueso, la huella abierta.
La grieta es el paisaje, la violenta geometría del caos,
el líquido despertar del animal.

  • Angel María García Martiartu

martes, 7 de abril de 2015

Cuerpo: erial, edén perdido

La luz es el primer animal visible de lo invisible  (José Lezama Lima)

Rasgar lo escondido, lo que se oculta. Leer la realidad
en las cenizas, en esa oscilación de lo
cotidiano en la que se atisba otra existencia.
Hurgar a través de un paisaje grieta, renegando de una estirpe.
Una nueva piel que brilla. Mutación y sierpe.

Hundir las manos en el vientre de un espejo y rescatar
un fémur oxidado, una oscuridad invisible.
Hundir las manos en esa piel líquida, palpar esa construcción migratoria,
alumbrar un corazón de pulpa y escombro, un rastro de sexo
con su caligrafía subterránea y devastadora.
Sentir su roce acuático, su aliento invisible fluir entre los miembros.
Sentir la carne, testigo que nos atormenta,
injertada en un cuerpo que agoniza a cada sueño. Esa carne
que es límite y se funde en la palabra,
que se pierde, íntima, en una piel tan profunda como el aire.

El dolor nos hace aterradoramente conscientes del tiempo,
lúcidos, sabedores de la duración de cada palabra,
de la métrica de cada susurro, del sabor de cada aliento desbastado;
nos convierte en ferozmente humanos. En animales invisibles
que despiertan en un eterno retorno. Un éxodo silencioso e inerte
en el tiempo de las lilas, de la muerte y resurrección de las semillas,
de la caída de un fruto tras otro. Imagen de la medida de lo que somos:
orígenes y tejido, lluvia y forja;
hueco, agujero ciego en el que nos reconocemos.

Obscenidad y neón. Luz suturada
y médula ardiendo. Otra realidad
se impone, una nueva carne emerge,
obsesión más allá de la piedra y el hueso.
Más allá; donde surge su amarga arquitectura.


  • Ángel María García Martiartu