Un bosque de metálicos juncos amarillos
crece desnudo en mi ventana,
con maderos muertos, que nacen, en sus
copas.
Donde mi corazón encerrado
me mira rodeado por animales de musgo
verde
con movimientos recelosos como llevados
por un río.
Crecen los pesados juncos
golpeando mis mañanas, con sonidos
de queja amarillenta y roñosa.
Crecen en días de lluvia rutinaria e
invisible
que pesadamente cae y los alimenta.
Su savia es de barro y de cemento
y sus raíces de hierro, dulce y naranja.
Y se yerguen amenazantes
sepultando mi odioso corazón.
Las palomas de sangre picotean sus tallos
y resbala dulcemente el agua subterránea
que nace en su corazón de alcantarilla.
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