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miércoles, 11 de marzo de 2015

Transustanciación

Amanecer
es un agujero infinito
en el que mi cuerpo es ofrecido al mundo.
Una madriguera, una boca hambrienta
que despliega en la noche su ritual femenino y salvaje.

Un baile atávico despierta. Movimientos
multiplicados en una reverberación infinita.
Dermis. Umbral.
Resplandor cosido a cada quebranto,
a cada recuerdo, a cada cuerpo devorado.
Un animal ancestral sucumbe a cada cambio, tatuado de melancolía.
Y ese destello agoniza en un reflejo sometido, una cuna desordenada,
oculta y mortuoria, en la que un monstruo
de inercia y confusión se desdibuja para emerger desde el fondo.

Mi cuerpo se rinde ante su propia gramática como un asesino;
entre el alarido del mimo y el trazo sumergido en los espejos,
deshaciéndose en el calor ya olvidado de las caricias,
en pentagramas como bosques, en el movimiento de las bandadas
de los pájaros en el cielo donde dibuja su esencia y despedaza el aire.
Recitando, lascivo, una letanía mientras se desvanece su hechura.
Perdido en el paisaje espectral de la carne. Perdido. Metamorfosis y heridas.

Eternidad y equilibrio. Y el tiempo marchito.
Un cuerpo tras otro asolándose. Dejándonos atrás: una visión, una frontera,
el sonido de una vocal derrumbándose.
Mi imagen se desnuda, sin palabras, confusa. Redención y remordimiento
dibujados en su reflejo; idéntica e inexacta, totalmente nueva.
Es la derrota de la carne. Su adicción, su dolor. Su locura.
Caos, escritura intestina, raíz y proporción: huecos, sueños y memoria
cosidos a una entropía aterradora que rige nuestras vidas.
Una capitulación cambiante y angulosa.
Mi piel, coordenada caótica y salvaje. Mi piel como un grito.


§  Ángel María García Martiartu

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