Antes de que
el día rompa
el marchito vientre de la noche.
Cerca del horizonte, oscuras palomas
revientan el aire con sus alas.
Y sus cortejos nupciales
anuncian el fin de su soledad.
La luz mancha poco a poco el cielo,
que se pierde en su árido reflejo.
Y alarga en sombras trozos de mi
habitación.
Crecen desordenados pedazos de mi cama, y
aumentan, delgados, los brazos de las
sillas.
Todo lo alimenta, menos mi rostro
que
descansa entre mis manos.
Recorre las paredes con su boca
que blancas se vuelven a su contacto y
va mermando el espacio negro de mi
corazón.
Convirtiendo mi interior en un montón
de chatarra, de muebles, suelos y paredes.
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